Usted puede tomar todos los músculos del cuerpo y separarlos en dos grandes grupos: lisos y estríados. El primer grupo comprende a todos aquellos músculos de contracción involuntaria, y que no requieren de intervención conciente para su activación. Lo opuesto ocurre con los músculos del segundo grupo o de contracción voluntaria, y que sólo pueden ser activados con participación de la conciencia. Por supuesto, esta sencilla descripción dejado de lado al músculo cardíaco y a todas aquellas reacciones reflejas que ponen en funcionamiento la musculatura voluntaria a pesar de nuestra decisión (por más que quiera, usted no puede negarse a respirar por mucho tiempo).
En el entrenamiento deportivo, solamente tiene importancia el músculo de contracción voluntaria. Esto es así porque es el único con capacidad de “entrenabilidad”. Ahora bien, todo músculo puede realizar únicamente dos acciones: contraerse y relajarse. Y todo bajo el rigor de la ley de “todo o nada”, es decir, se contrae o no lo hace. No hay términos medios.
Tanto la contracción como la relajación son el resultado del acortamiento o estiramiento de las fibras musculares. Esta fibras musculares estan conformadas por racimos de fibras de menor tamaño, las cuales a su vez están constituídas por estructuras móviles conocidas como sarcómeros, que son al fin y al cabo los responsables principales del trabajo muscular.
Tradicionalmente se compara al comporamiento de un músculo con el de un elástico, pero esto no es del todo correcto. En realidad, un sarcómero esta compuesto de distintos elementos, algunos de los cuales se “atraen” como lo hacen los polos opuestos de un imán. Así, la actina y la miosina, dos proteínas que se sienten muy a gusto cuanto estan juntas, son las que ayudan a acortar el espacio virtual del sarcómero, produciendo la contracción muscular.
Esta unión sólo es posible cuando la tropomiosina y la troponina se separan por acción de los iones de calcio en el medio, a sazón de impulsos generados por el sistema nervioso. Luego, cuando la contracción debe terminar, los iones son reabsorbidos y el puente de actina-miosina se rompe otra vez. Todo este completo circuito (sumamente resumido) se da en fracciones de segundo. ¡Imaginen, por ejemplo, a los músculos de la mano de un pianista, mientras ejecuta a “presto vivace” una de sus obras preferidas!
– Para saber más: “Fisiología deportiva”, de Rolando Osmar Ciro